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RARIO REZA EL ROSARIO

Capítulo 10- Parte 2 'Conociendo las Escrituras': La Alianza con David

 


En este programa Jerusalén era la capital política y espiritual de Israel, e Israel se había convertido en un poder con el que había que contar en aquella región. Las conquistas de David habían hecho de Israel un pequeño imperio. Después de un tiempo, Jerusalén había crecido lo suficiente como para reflejar el nuevo estatus de David e Israel. La gloria suprema de la ciudad era el palacio de David, construido de madera de cedro impor- tada del Líbano. La Ciudad de David había empezado a parecerse a una capital imperial.

Pero el Arca de la Alianza estaba todavía en una tienda. Era probablemente una tienda ricamente decorada, pero seguía siendo sólo una tienda. “Mira”, dijo David al profeta Natán, “yo habito en una casa de cedro mientras que el arca del Señor habita en una tienda de lona”.
Natán entendió inmediatamente lo que David tenía en mente: un templo, un edificio real, donde por primera vez pudiera darse al verdadero Dios un culto tan magnífico como el que se daba a los falsos dioses de los cananeos. “Vete y haz lo que te dicta el corazón”, Natán respondió, “porque el Señor está contigo”12. Pero esa noche Dios habló a Natán: “Vete y dile a mi siervo David: ‘Así dice el Señor: ¿Eres tú el que va a edificar una casa para que Yo habite en ella? Nunca he habitado en una casa desde el día en que hice subir a los hijos de Israel de Egipto hasta el día de hoy...’ ”13. David no construiría un templo, le dijo Dios a Natán. En su lugar, Dios tenía algo mucho más importante para él. “‘...El Señor te anuncia que Él te edificará una casa. Cuando hayas completado los días de tu vida y descanses con tus padres, suscitaré después de ti un linaje salido de tus entrañas y consolidaré su reino. Él edificará una casa en honor de mi nombre y yo mantendré el trono de su realeza para siempre. Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo; si algo hace mal le castigaré con vara de hombres y con golpes humanos. Pero no apartaré de él mi amor como lo aparté de Saúl a quien alejé de tu presencia; tu casa y tu reino permanecerán para siempre en mi presencia y tu trono será firme también para siempre’” (2 S 7, 11-16). Natán fue a ver a David a la mañana siguiente y le dijo todo lo que Dios le había prometido. Y lo que Dios le estaba ofreciendo a David era mucho. “Él te edificará una casa”: David sería el fundador de una dinastía. “Yo consolidaré su reino”: el hijo de David sería el gobernante de un reino. “Él edificará una casa en honor de mi nombre”: el hijo de David construiría el templo que David había planeado construir. “Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo”: el hijo de David sería adoptado como hijo propio de Dios. Ésta es la primera vez que la idea de la filiación divina se aplica a una persona individual. Con anterioridad, todo el pueblo de Dios había sido llamado hijo primogénito de Dios, pero nunca una persona concreta había sido “hijo de Dios”. “Le castigaré... pero no apartaré de él mi amor”: Dios no rechazaría el linaje de David como rechazó a Saúl, por mucho que sus descendientes pudieran pecar. La alianza sería permanente. Como un padre amoroso, Dios castigaría a su hijo, pero sólo por su propio bien. Nada podría cambiar la relación padre-hijo. “Tu trono será firme también para siempre”: la dinastía de David no acabaría nunca. Las dinastías en toda monarquía terrenal se levantan y caen, pero el trono de David estaría siempre ocupado por un descendiente del propio David.
El libro de Samuel da la impresión de que a David, uno de los grandes poetas de todos los tiempos, le faltaron palabras con que expresar sus sentimientos. Fue corriendo a la tienda donde se guardaba el Arca de la Alianza, se sentó frente a ella y desahogó su corazón.



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