Os presentamos un programa más de 'Conociendo las Escrituras' con Beatriz Ozores. En este programa terminamos el capítulo con el final del reinado de David.
El libro de Samuel da la impresión de que a David, uno de los grandes poetas de todos los tiempos, le faltaron palabras con que expresar sus sentimientos. Fue corriendo a la tienda donde se guardaba el Arca de la Alianza, se sentó frente a ella y desahogó su corazón.
Por tu palabra y según tu corazón, has hecho todos estos prodigios y se los has dado a conocer a tu siervo. Por eso Tú eres grande, Señor Dios mío, y no hay nadie semejante a ti, ni hay otro Dios fuera de ti, como hemos escuchado con nuestros oídos. ¿Y qué otra nación hay en la tierra como tu pueblo Israel a quien Dios mismo haya venido a redimir para hacerlo pueblo suyo, para darle un nombre y para hacer con él prodigios y grandes maravillas, alejando a las naciones y a sus dioses delante del pueblo que redimiste para ti
en Egipto? Tú has consolidado a tu pueblo Israel como pueblo tuyo para siempre; y Tú, Señor, te has constituido como su Dios. Ahora, pues, Señor Dios, mantén firme para siempre la palabra que has pronun- ciado sobre tu siervo y sobre su casa, y cumple lo que has dicho. Que tu nombre sea engrandecido para siempre y que se diga: “El Señor de los ejércitos es el Dios de Israel”. Y que la casa de tu siervo David permanezca firme en tu presencia, porque Tú, Señor de los ejércitos, Dios de Israel, has revelado esto a tu siervo: “Te edificaré una casa”. Por eso, tu siervo ha encontrado valor para dirigirte esta oración. Ahora, pues, Señor Dios, Tú eres Dios y tus palabras son verdad; Tú has prometido estos bienes a tu siervo. Dígnate, pues,
bendecir la casa de tu siervo para que permanezca en tu presencia para siempre, porque Tú, Señor Dios, has hablado y con tu bendición será bendita para siempre la casa de tu siervo” (2 S 7, 18-29).
David es, por excelencia, el rey “según el corazón de Dios”, el pastor que ruega por su pueblo y en su nombre, aquel cuya sumisión a la voluntad de Dios, cuya alabanza y arrepentimiento serán modelo de la oración del pueblo. Ungido de Dios, su oración es adhesión fiel a la promesa divina (cf 2 S 7, 18-29), confianza cordial y gozosa en aquel que es el único Rey y Señor. En los Salmos, David, inspi- rado por el Espíritu Santo, es el primer profeta de la oración judía y cristiana. La oración de Cristo, verdadero Mesías e hijo de David, revelara y llevara a su plenitud el sentido de esta oración. (CIgC 2579)
Desde el momento que David tuvo noticia de la alianza de Dios con él, Jerusalén sustituyó al Sinaí como centro de la religión de Israel. En el Sinaí, Dios había dado al pueblo de Israel una ley con el fin de diferen- ciarle de otras naciones y mantenerle aparte. Ahora había llegado el momento de que los israelitas comen- zaran la misión que Dios siempre había planeado para ellos: ser una nación de sacerdotes, que guiara a las otras naciones del mundo ante Dios.
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