“Abraham”
Abraham, antepasado del pueblo escogido, ocupa un puesto
privilegiado en la historia de la salvación. Su vocación no constituye
sólo la fase inicial del designio de Dios, sino que fija ya sus
orientaciones fundamentales.
I. VOCACIÓN DE ABRAHAM
En lugar de una mera crónica sobre la existencia de Abraham,
presenta el Génesis un relato religioso en el que se hallan ya las
notas de las tres corrientes de tradición: la yahvista insiste en las
bendiciones y en las promesas divinas, la elohista en la fe a toda
prueba del patriarca, la tradición sacerdotal en la alianza y en la
circuncisión. La figura de Abraham así iluminada aparece como la de
un hombre, al que Dios atrajo a sí y luego lo probó, con miras a
hacer de él el padre, increíblemente colmado, de un pueblo
innumerable.
1. Abraham, elegido de Dios.
La vida entera de Abraham se desenvuelve bajo el signo de la
libre iniciativa de Dios. Dios interviene el primero; escoge a Abraham
entre la descendencia de Sem, le «hace salir» de Ur
Gen 11,10-31
y lo conduce por sus caminos a un país desconocido
Heb 11,8.
Esta iniciativa es iniciativa de amor: desde los comienzos manifiesta
Dios para con Abraham una generosidad sobre toda medida. Sus
promesas delinean un porvenir maravilloso. La expresión que se
repite constantemente es: «yo daré»; Dios dará a Abraham una
tierra
Gen 12,7 13,15ss 15,18 17,8; lo colmará, lo hará
extremadamente fecundo
12,2 16,10 22,17. A decir verdad, las
circunstancias parecen contrarias a estas perspectivas: Abraham es
un nómada, Sara no está ya en edad de tener hijos. Así resalta
todavía mejor la gratuidad de las promesas divinas: el porvenir de
Abraham depende completamente del poder y de la bondad de Dios.
Así Abraham resume en sí mismo al pueblo de Dios, elegido sin
mérito precedente. Todo lo que se de pide es una fe atenta e
intrépida, una acogida sin reticencia otorgada al designio de Dios.
2. Abraham, probado.
Esta fe se debe purificar y fortificar en la prueba. Dios tienta a
Abraham pidiéndole que le sacrifique a su hijo Isaac, en el que
precisamente estriba la promesa
Gen 22,1s. Abraham «no rehusa
su hijo, el único»
22,12.16 —es sabido que en los cultos cananeos
se practicaban sacrificios de niños—; pero Dios preserva a Isaac,
asumiendo él mismo el cuidado de «proporcionar el cordero para el
holocausto»
22,8.13ss. Asi se manifestó la profundidad del «temor
de Dios» en Abraham
22,12. Por otra parte, con la misma ocasión
revelaba Dios que su designio no está ordenado a la muerte, sino a
la vida. «No se regocija de la pérdida de los vivientes»
Sab 1,13 Dt 12,31 Jer 7,31. La muerte será un día vencida; el «sacrificio de
Issac» aparecerá entonces como una escena profética
Heb 11,19 2,14-17 Rom 8,32.
3. Abraham, padre colmado.
La obediencia de Abraham acaba en la confirmaciónn de la
promesa
Gen 22,16ss, cuya confirmaciónn ve él mismo esbozarse:
«Yahveh bendijo a Abraham en todo»
Gen 24,1. «Nadie le igualó
en gloria»
Eclo 44,19.
No se trata de una bienandanza individual: la vocación de
Abrabam está en ser padre. Su gloria está en su descendencia.
Según la tradición sacerdotal, el cambio de nombre (Abram se cambia por Abraham) atestigua esta orientación, pues al nuevo
nombre se le da la interpretación de «padre de multitudes»
Gen 17,5. El destino de Abraham ha de tener amplias repercusiones.
Como Dios no le oculta lo que piensa hacer, el patriarca asume el
empeño de interceder por las ciudades condenadas
18,16-33; su
paternidad extenderá todavía su influencia, cuya irradiación será
universal: «Por tu posteridad serán benditas todas las naciones»
22,18 La tradición judía, meditando sobre este oráculo, le
reconocerá un sentido profundo: «Dios le prometió con juramento
bendecir a todas las naciones en su descendencia»
Eclo 44,21 Gen 22,18 (LXX).
Asi pues, si en Adán se esbozaron los destinos de la humanidad
pecadora, en Abraham se esbozaron los de la humanidad salva.
II. POSTERIDAD DE ABRAHAM
1. Fidelidad de Dios.
Con Abraham, las promesas se refieren, pues, también a su
posteridad
Gen 13,15 17,7s. Dios las repite a Isaac y a Jacob
26,3ss 28,13s, los cuales las transmiten como herencia
28,4 48,1ss 50.24. Cuando los descendientes de Abraham se ven
oprimidos en Egipto, Dios presta oídos a sus lamentos, porque «se
acuerda de su alianza con Abraham, Isaac y Jacob»
Ex 2,23s Dt 1,8. «Recordando su palabra sagrada para con Abraham, su siervo,
hizo salir a su pueblo en medio de la alegría»
Sal 105,42s. Más
tarde alienta a los exiliados Ilamándolos «raza de Abraham, mi
amigo»
Is 41,8.
En períodos de apuro, en que se ve amenazada la existencia de
Israel, los profetas restauran su confianza recordando la vocación de
Abraham: «considerad la roca de que habéis sido tallados, la
cantera de que habéis sido sacados. Mirad a Abraham, vuestro
padre...»
Is 51,1s Is 29,22 Neh 9,7s. Y para obtener los favores
de Dios la mejor oración consiste en apelar a Abraham: «Acuérdate
de Abraham...»
Ex 32,13 Dt 9,27 1Re 18,36, «otorga... a Abraham
tu gracia»
Miq 7,20.
2. Filiación carnal.
Pero hay una manera mala de apelar al patriarca. En efecto, no
basta con provenir físicamente de él para ser sus verdaderos
herederos; hay que enlazar con él también espiritualmente. Es falsa
la confianza que no va acompañada de una profunda docilidad a
Dios. Ya Ezequiel lo dice a sus contemporáneos
Ez 33,24-29. Juan
Bautista, anunciando el juicio de Dios se enfrenta con la misma
ilusión: «No os forjéis ilusiones diciendo: Tenemos a Abraham por
padre. Porque yo os digo que Dios puede hacer de estas piedras
hijos de Abraham».
Mt 3,9. El rico avariento de la parábola, por
mucho que clama «¡Padre Abraham!», no obtiene nada de su
antepasado: por su culpa hay un abismo zanjado entre ambos
Lc 16,24ss. El cuarto evangelio hace la misma afirmación: Jesús,
desenmascarando los proyectos homicidas de los judíos, les echa en
cara que su calidad de hijos de Abraham no les habla impedido
convertirse en hijos del diablo
Jn 8,37-44. La filiación carnal no vale
nada sin la fidelidad.
3. Las obras y la fe.
Para que sea auténtica esta fidelidad hay que evitar otra
desviación. En el transcurso de las edades ha celebrado la tradición
los méritos de Abraham, su obediencia
Neh 9,8 Eclo 44,20, su
heroísmo
1Mac 2,52 Sab 10,5-6; continuando en esta dirección
ciertas corrientes del judaísmo acabaron por realzar este aspecto:
ponían toda su confianza en las obras humanas, en la perfecta
observancia de la ley, con lo cual llegaban a olvidar que lo esencial
es apoyarse en Dios.
Esta pretensión orgullosa, combatida ya en la parábola del fariseo
y del publicano
Lc 18,9-14, queda completamente destruida por
san Pablo. Éste se apoya en
Gen 15,6: «Abraham creyó a Dios y le
fue reputado por justicia», para demostrar que la fe, y no las obras,
constituye el fundamento de la salvación
Gal 3,6 Rom 4,3. El
hombre no tiene por qué gloriarse, pues todo le viene de Dios «a
titulo gratuito»
Rm 3,27 4,1-4. Ninguna obra antecede al favor de
Dios, sino que todas son fruto del mismo. Desde luego, este fruto no
debe faltar
Gal 5,6 1Cor 15,10, como no faltó en la vida de
Abraham; Santiago lo hace notar a propósito del mismo texto
Sant 2,20-24 Heb 11,8-19.
4. La única posteridad.
¿Cuál es, pues, en definitiva la verdadera posteridad de
Abraham? Es Jesucristo, hijo de Abraham Mt 1,1; más aún: entre
los descendientes del patriarca es el único en quien recae con
plenitud la herencia de la promesa: es la descendencia por
excelencia Gal 3,16. Por su vocación estaba Abraham ciertamente
orientado hacia el advenimiento de Jesús, y su gozo consistió en
percibir, en vislumbrar este día a través de las bendiciones de su
propia existencia Jn 8,56 Lc 1,54s.73.
Esta concentración de la promesa en un descendiente único, lejos
de ser una restricción, es la condición del verdadero universalismo.
Todos los que creen en Cristo, circuncisos o incircuncisos, israelitas
o gentiles, pueden tener participación en las bendiciones de
Abraham Gal 3,14. Su fe hace de ellos la descendencia espiritual
del que creyó y vino a ser ya «el padre de todos los creyentes» Rm 4,11ss. «Todos sois uno en Cristo Jesús. Y si todos sois de Cristo,
luego sois descendientes de Abraham, herederos según la
promesa» Gal 3,28s.
Tal es el coronamiento de la revelación bíblica, llevada a su
término por el Espíritu de Dios. Es también la última palabra sobre la
«gran recompensa» Gen 15,1, anunciada al patriarca: su
paternidad se extiende a todos los elegidos del cielo. La patria
definitiva de los creyentes es «el seno de Abraham» Lc 16,22, al
que la liturgia de difuntos hace votos por que lleguen las almas.
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